Por mucho que lo niegues, eres así.
Por mucho que intentes convencer a
los demás de que nada te podrá vencer, sabes que es mentira. ¿Cuántas veces
habrás mantenido la compostura, luchando por ocultar las lágrimas que a gritos
piden salir, que te ahogan, y demostrar que nada te afecta, que eres
inmune a todo lo que te rodea?
¿Cuántas veces habrás aprovechado la más
mínima oportunidad para desahogarte en tu tan vista soledad?
Y decirte: "No voy a llorar".
"No volveré a sufrir". "No dejaré que me hagan daño otra
vez".
Y mirarte al espejo y ver en lo que te
has convertido. Como esa fortaleza que has decidido crear se ha ido
adueñando de cada una de tus emociones, privándote hasta de la capacidad
de soñar.
Y poco a poco te conviertes en esa diana a la
que van a parar todos los dardos, acertando justo en lo más profundo, justo
donde más duele. Pero sigues ahí. Y te propones seguir hasta que se cansen de
hacerte daño. Hasta comprobar que no podrán contigo y decidan marchar. Pero
como en toda diana, siempre hay algún dardo que pierde su punta y la deja
clavada para siempre. Pero aún así piensas que puedes seguir y aguantar
millones de lanzas más.
Pueden atravesarte el alma, cada parte de tu
cuerpo o de tu corazón y seguir ahí porque tu "fortaleza" te protege
de todo el dolor externo.
Eso es. De lo externo. De la cara que muestres
a los demás ante cualquier engaño, pelea o simple discusión. Pero lo que nunca
hará será protegerte del sufrimiento.
Esa fortaleza ocultará tus problemas, pero a
medida que lo vaya haciendo, se irá apoderando de todo tu ser.
Harás daño a todo el que intente hacerte
feliz, porque tendrás miedo a ese: "¿Y si vuelve a pasar?"
Considerarás que todo lo que tenga que
ver contigo es falsedad, interés. Nada de amor ni cariño ni sentimiento.
Pero llegará el momento en el que te des
cuenta de que esa fortaleza no era la que querías inventar.
Que esas murallas sólo alejan tu felicidad. Lo
único que hacen es aislarte del mundo. Encerrarte y sólo dejar paso al dolor
para que convivas con él y nadie lo pueda ver.
La gente pensará que no sientes, no sufres, no
padeces. Que estás por estar.
Deja pasar el dolor, y deja fuera todo eso que
un día fueron tus ilusiones.
Te sientes solo, vacío. Sin una motivación
sólida por la que encontrar el camino hacia esa puerta que te permita volver a
ser lo que eras.
Esa fortaleza se adueña de ti. Y cada vez más
se va alimentando de tu dolor.
Y echarás de menos todo aquello que tuviste. A
los amigos que hacían todo lo posible por verte sonreír y hacerte olvidar. A
esos momentos de diversión, de unidad. Echas de menos lo que tú mismo has
decidido que no esté en tu vida.
Tú pusiste el límite. Tú marcaste esa línea
infinita que divide la luz y la oscuridad. Lo bueno y lo malo. La felicidad y
la tristeza. Lo que eras tú, y lo poco que queda ahora.
Tú lo pusiste. Y sólo tú eres capaz de
vencerlo.
Olvida la soledad. Olvida esos momentos en los
que solo necesitas llorar. Olvida esa sensación de desconfianza, miedo, recelo.
Olvida el pasado: "Esta vida es una
mierda". "No merece la pena seguir". "Estoy solo en el
mundo". "No hay nada que me motive". "Todo son
problemas". "Todo es demasiado difícil".
Y piensa en el presente: "No puedo
permitir que la debilidad me gane". "Tengo más de lo que muchos otros
desearían". "No siempre las cosas causan dolor". "Hay gente
que me quiere, que me apoya, que es feliz si yo lo soy". "Soy
fuerte". "Valgo". "Creen en mí". "Adiós
soledad". "Adiós al mundo que hizo de mí algo que ahora todo el mundo
odia". "Ellos me quieren por como soy". "Es cierto que el
sufrimiento no se irá, pero dolerá más si le permito que se apodere de mi
vida". "Entre reír y llorar, reír." "Se acabó, voy a
vivir".
Y será el momento en el que te decidas
levantar de esa cama donde has acostado contigo cada uno de esos clavos
incrustados en tu piel. Y te levantas y comienzas a sacarlos uno a uno.
Y será el momento en el que te quites la venda
de los ojos y comiences a ver. Ver lo que un día fuiste, lo que tenías, y saber
que ahora no eres nadie para los demás.
Será el momento de decir adiós al estar solo,
al esquivar los problemas y no hacerles frente.
Te levantas de ese suelo áspero, frío,
escarpado y das vueltas contemplando lo que hay a tu alrededor. Las
murallas de tu fortaleza. Esas murallas formadas expresamente por tu agonía.
Y avanzas, y la muralla avanza hacia ti.
Ninguna puerta, nada. Ningún lugar por el que
salir, escapar. Gritas al aire, con esperanza de que el viento se lleve esas
palabras de ayuda, de seguridad, de querer respirar.
Y alzas las manos hacia la fortaleza, dura y
consistente. Y, en segundos, todos esos kilómetros que te rodeaban se
reducen a cenizas escurridas entre tus dedos. Esas murallas forman ahora parte
de la nada. Esas murallas, lo creas o no, no eran nada. Das millones de vueltas
mientras piensas si es verdad o una simple ilusión. Pero no. Has vuelto a
sonreír. Has vuelto a llorar, pero de alegría. Has vuelto a sentir eso que
creías que ya había muerto, los latidos de tu corazón.
Empiezas a saltar, a gritar de emoción. Cruzas
el límite de donde estaba esa muralla, y ahí estás, recuperando cada parte
perdida. Sin parar de reír. Y echas a correr. Y corres mientras las lágrimas
recorren tu rostro. Y las tocas, las sientes. Y sigues riendo al hacerte a la
idea de cuanto tiempo hacía que no te sentías así de libre. Y vuelves a ver a
la gente que quieres y la abrazas, le das las gracias y les muestras tu
maravillosa sonrisa que ellos tanto añoraban. Vuelves a verlos como si fuera la
primera vez. Como si hubieran pasado años o siglos desde que sentiste su
compañía. Se preguntan qué te ha ocurrido. Que qué ha pasado después de tanto
tiempo viéndote sufrir, después de haber intentado hasta lo imposible por hacerte
feliz.
Y te verán esa ilusión que perdiste reflejada
en tus ojos bañados de lágrimas. Verán que no era imposible recuperar a la
persona que tanto querían y que por sí sola se destruía la vida. Y
ellos te abrazarán también, pero como si fuera la última vez. Te abrazarán
deseando que no vuelvas a cambiar, que no les vuelvas a dejar. Te abrazarán
para hacerte saber que estarán contigo hasta el final.